Algunos llaman a los científicos del Instituto Español de Oceanografía biopoliticos ictiometristas, porque dedican buena parte de su tiempo a la aplicación o transferencia de sus conocimientos y acumulan datos para su trabajo midiendo peces.
En 1914 un grupo de Catedráticos de diferentes Universidades liderados por el profesor Odón de Buen fundaron el Instituto Español de Oceanografía. Eran científicos liberales que pretendían aplicar una filosofía racionalista basada en el abandono de la especulación teórica defendida por el imperante pensamiento tradicional de aquel tiempo.
Odón de Buen tenía una visión muy clara de lo que debía ser ese nuevo Instituto y así lo expresa en su obra Mis memorias: «un verdadero observatorio de las variaciones del medio marino, de sus condiciones físicas, químicas, dinámicas, biológicas […] de los ciclos que siguen […] observatorio permanente de las variaciones oceánicas. […] cultivar en él la ciencia pura, base y cimiento de toda explotación racional y también atender a la explotación de las inmensas riquezas que el mar atesora en raciones alimenticias, en primeras materias industriales, en abonos, en sales, en energías potenciales». Desde el primer momento se priorizó tanto la realización de campañas oceanográficas de investigación a bordo de buques equipados con potentes sistemas de toma de muestras y laboratorios a bordo como la investigación multidisciplinar aplicada, prestando máxima atención a lo que hoy llamamos transferencia de conocimiento. Esas fueron y siguen siendo a día de hoy las señas de identidad del Instituto Español de Oceanografía. Pero también desde un primer momento estas señas de identidad fueron “mal vistas” por buena parte del establishment científico español que se oponía al progreso del nuevo Instituto. Una oposición que mutatis mutandis se ha mantenido desde entonces y que, reforzada por envidias y quizás también por la necesidad de esconder las propias carencias se mantienen a día de hoy.
Pero si los primeros años fueron difíciles lo peor estaba por llegar. El golpe de Estado de 1936 diezmó la plantilla del Instituto ya que de sus 20 científicos, en su mayoría de pensamiento progresista y afines a la República, muchos tuvieron que exilarse o verse marginados de la vida científica y cultural española, cesados, inhabilitados, sometidos a depuración o consejo de guerra y en definitiva separados del servicio. Se nombro como director a un Almirante y de la cúpula directiva anterior a la guerra civil solo quedó Francisco de Paula Navarro, antes director en Palma y que se traslado a Madrid para asumir la subdirección de un Instituto con el personal científico y gran parte del auxiliar seriamente debilitado. Miquel Massutí Alzamora, ayudante de laboratorio en Baleares fue encarcelado, pero el expediente de depuración fue resuelto sin sanción y asumió la dirección del laboratorio de Palma. Recién nombrado, Navarro escribía a su amigo Massuti: «Las depuraciones de la postguerra han dejado muchas plazas vacías en el Instituto y faltan biólogos. Hay que buscar gente joven, a la que adiestrar y aficionar debidamente» y añadía «Hoy hacemos propuesta para las becas. Un poco difícil, pues hay que guardar cupo para mutilados, oficiales, excombatientes, excautivos e hijos de muertos por la causa […]». Además de jóvenes licenciados se incorporaron catedráticos de universidad adictos al régimen para cubrir las vacantes producidas en la cúpula directiva. Pero estos últimos, al parecer por la falta de perspectivas y por la exigua remuneración que percibían, decidieron dejar el Instituto que quedo en manos de los recién incorporados y de unos pocos, como Massuti y Navarro discípulos de Odón de Buen, que procuraron transmitir a los jóvenes los valores fundacionales del Instituto hasta su prematura muerte en los años 1950.
En este período, el Museo Nacional de Ciencias Naturales solicitó la absorción del Instituto y desde el Instituto Hidrográfico, impulsada por oficiales de marina que también se habían incorporado al Instituto, se pensó en una fusión. En ambos casos se hubiera puesto en peligro la visión fundacional de 1914, pero ni una ni otra prosperó. Asimismo, acabada la guerra civil, en 1939 se creó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el contexto de la ideología de los ganadores. Ésta era una institución que nacía con espíritu antagónico al del Instituto y sobre todo al de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que fundada en 1907 fue el motor del avance científico español durante la segunda República. José Maria Albareda, sacerdote del Opus Dei y científico, era el Secretario General del Consejo y encargó la redacción de un informe que sirviera de punto de partida para la creación de un centro dedicado a la investigación marina en España. Albareda pensaba que revitalizar el Instituto, como se había hecho con otras instituciones científicas creadas antes de la guerra, no era viable «dadas las circunstancias políticas y sociales del país» y apostaba por su desaparición. Pero pese a todo a finales de los años 40 el Instituto empezó a levantar cabeza y en consecuencia se reanudaron, con mayor virulencia si cabe, los ataques que desde su fundación en 1914 se venían produciendo desde sectores conservadores. La costumbre de tachar al Instituto de «nido de rojos y masones» pretendía cerrar todas sus opciones de progreso en la España de la dictadura.
En las oposiciones a ayudante de laboratorio de 1947 ingresó como Ayudante de Laboratorio de Biología Miguel Oliver Massutí. Oliver había vivido desde el inicio de sus estudios de bachillerato bajo la tutela de Miguel Massuti Alzamora y en julio de 1936 por ser militante de las Juventudes Socialistas fue encarcelado. Liberado en 1941 se licencio en Ciencias en 1946 y al ingresar tras las oposiciones en 1947 tuvo que ser el nexo de unión del Instituto de la posguerra con el espíritu de los fundadores. Al conocerse el nombramiento de Oliver, el Director General del Instituto Almirante García Rodríguez, recibió fortísimas presiones desde Mallorca para que se revocara su nombramiento, pero éste se opuso enérgicamente a tales presiones. En este periodo la no exigencia del título de doctor para incorporarse como científico al Instituto supuso una debilidad que rápidamente fue utilizada por los enemigos para ningunear su labor. Tanto caló esa idea de incompetencia de los científicos del Instituto que Incluso cerrado ese periodo ya en el siglo XXI cuando todos los científicos del Instituto eran doctores, un colega de otra institución científica me preguntó si los catedráticos que fundaron el Instituto eran doctores. Lo había oído decir y quería confirmarlo, obviamente era un absurdo y un insulto, pero calumnia que algo queda.
Pese a todo, desde los últimos años 40 la producción científica del Instituto fue relevante, al tiempo que daba respuesta a numerosas peticiones de asesoramiento relacionadas con normativas legales relativas a la pesca u otros ámbitos, como al trasporte del pescado, la conservación del mismo en condiciones de frío o al cultivo de mejillones y a cuestiones de contaminación marina. Miguel Oliver se trasladó a Madrid en 1968, en 1970 fue designado Subdirector General y en febrero de 1980 Director en unos tiempos poco favorables para el Instituto. La plantilla estaba congelada, los presupuestos eran miserables y su flota consistía en tres o cuatro barquitos de no más de doce metros. En resumen, el Instituto subsistía de puro milagro y Oliver se lanzó sin dudarlo a la difícil tarea de revitalizarlo. Logró que se le asignaran unos presupuestos que fueron no solo la salvación del Instituto, sino la base del desarrollo material y científico que se alcanzó al final de la década de los 70 del pasado siglo. La infraestructura se reforzó con edificios para nuevos centros y plantas de cultivo, el material científico se modernizó por completo y adaptó a las necesidades de investigación nacional e internacional demandada, se construyó el primer barco oceanográfico civil español de altura, el «Cornide de Saavedra» y lo más importante, se incorporaron un gran número de científicos jóvenes y entusiastas, muchos de los cuales pudieron completar su formación en otros países. Gracias a estos científicos y a la calidad de los proyectos de investigación, el Instituto pudo pronto codearse muy dignamente con los de las mejores instituciones científicas y las opiniones de los científicos del Instituto empezaron a tener peso y responsabilidades en los organismos internacionales especializados.
Cuando Oliver fue nombrado Secretario General de Pesca Marítima en 1982 consiguió multiplicar por cuatro el capítulo de inversiones del Instituto. En la Dirección del Instituto le sucedió Rafael Robles el cual modificó la estructura organizativa que se mantenía desde la creación del Instituto mejorando su eficacia. Una organización obsoleta a día de hoy, pero que nadie ha sido capaz de modernizar. Ellos fueron después de Odón de Buen las personas que más huella han dejado en el Instituto.
El Auge del sector pesquero español de los años 70 llevo a los científicos del Instituto a trabajar estrechamente con este sector y con las administraciones pesqueras, investigando para generar conocimiento y poder acompañar su desarrollo y asistir en representación de España a las Comisiones científicas internacionales más importantes que se encargan de gestionar la explotación de los recursos marinos. Esta tarea que se fue incrementando a lo largo de las décadas de los 70 a los 90, obligó a dedicar buena parte de la actividad a realizar campañas en el mar, muchas de ellas en aguas de países lejanos en las que jamás se había trabajado y a participar en numerosas reuniones internacionales. De nuevo llegaron los ataques de científicos que presumían de dedicarse exclusivamente a la ciencia pura. «La verdadera ciencia es la ciencia pura, aquella que no tiene una aplicación directa» afirmaban algunos para menospreciar la labor de los científicos del Instituto que priorizaban la aplicación de su trabajo. Descalificaban la labor de los científicos del Instituto a los que despectivamente llamaban ictiometristas, medidores de peces y biopoliticos porque dedicaban buena parte de su tiempo a la aplicación o transferencia de sus conocimientos al sector productivo y a las administraciones en detrimento de la publicación de artículos científicos en revistas de impacto.
En este contexto llego la Ley de la Ciencia de 1986 que identificó al Instituto Español de Oceanografía como Organismo Público de Investigación especializado en las Ciencias Marinas. En 2000 el Instituto fue adscrito al Ministerio de Ciencia y Tecnología y en 2011 con la nueva Ley de la Ciencia los científicos del Instituto se incorporaron a las escalas de científicos y investigadores titulares y profesores de investigación de los Organismos Públicos de Investigación del Estado. Esto supuso una importante modificación de las reglas del juego para los científicos del Instituto que supieron, sin renunciar a los valores fundacionales, adaptarse a ellas. En poco tiempo toda la plantilla de científicos estuvo formada por doctores, se produjo un éxito creciente en la consecución de Proyectos de investigación competitivos y la producción científica aumento de forma espectacular. En 2012 pese a los recortes de la crisis una plantilla de cerca de 250 científicos alcanzó en la Web of Science una producción de cerca de 200 documentos al año lo que representa alrededor del 5% de las publicaciones españolas en Ciencias del Mar, un crecimiento superior al de centros extranjeros equivalentes. Entre 2003 y 2012 se publicaron 1.317 documentos en 252 revistas diferentes cubiertas por la Web of Science y desde 2012 pese a las dificultades la tendencia ha sido creciente.
En la actualidad el Instituto sigue trabajando a partir de sus valores fundacionales basados en un intenso trabajo en el mar para mantener bases de datos de gran cobertura y fiabilidad y con la vista puesta en la transferencia de conocimiento. La solidez científica de su producción es incuestionable, su competitividad está fuera de toda duda y su conexión con los retos de la sociedad es evidente. No obstante los ataques se continúan produciendo. El pensamiento liberal, que tan bien caricaturiza el Roto en su viñeta, ha penetrado en la Ciencia y si los científicos del Instituto fueron tachados de biopoliticos por los que se consideraban científicos «puros» hoy, cuando ya nadie discute que el conocimiento debe transferirse al mercado, son criticados por los mismos sectores que consideran que en el Instituto se prioriza el bienestar social en detrimento de las iniciativas de negocio. Por esta razón y de nuevo con intención de descalificar, se ha escuchado a algunos colegas de otras instituciones decir «no son profesionales» refiriéndose a los científicos del Instituto.
En cualquier caso, a día de hoy, nadie puede discutir, atendiendo a criterios de excelencia científica y relevancia del impacto de sus trabajos, que el Instituto Español de Oceanografía, el único Organismo Público especializado en la investigación marina que existe en España, se sitúa en la primera línea de las Ciencias Marinas. Pero por desgracia a pesar de los más de 100 años de dura tarea y de mantener el espíritu de sus fundadores, es difícil predecir cuál será el futuro del Instituto y de sus científicos, aunque si nos aferramos a aquello de «en peores garitas hemos hecho guardia» que en ocasiones solía citar uno de los antiguos Directores del Instituto cuando cundía el desanimo, el futuro tiene que ser de éxito.
Pues yo ya creía que esa inquina, imagino que de algunos colegas del CSIC, ya había pasado. En mi tiempo escondía una clara envidia. Hoy día ya no sé si sigue siendo lo mismo o es otra cosa que, también como antes, se correspondía más con una autosugestión de suficiencia lo que, según los psicólogos, es un modo de esconder un complejo de inferioridad…
Y bien que hicieron lo imposible por poder disponer de nuestros datos de campo (no sólo de ictiometría) a su antojo. Nosotros fuimos accediendo siempre que fuera en colaboración, cosa que no aceptaban fácilmente…..
Lo de biopolítico me lo debieron oír a mí. Yo lo empecé a emplear ante mis superiores (Secretario General de Pesca, Ministro) al referirme exclusivamente a mi trabajo como Director del IEO, que debía incluir ambas facetas.
Bien que echaban de menos entonces esa capacidad en sus dirigentes, dado el auge y liderazgo que el IEO fue alcanzando en los temas marinos a nivel nacional (CITMAR), I y II Jornadas Nacionales en Ciencias y Tecnologías Marinas,…) y no digamos al nivel internacional.